El sentido del olfato hace viajar hasta al más racional de las personas con su poder de evocación. Lo conecta a ese pequeño pedazo de afecto que era, pero todavía vive dentro. No se fue del todo .Dejó el perfume en el aire, el recuerdo de los besos, de los abrazos, de lo compartido, de la infancia o de cualquier momento que significo algo.
Dejó un rastro de cosas buenas.
Confieso que mi memoria olfativa
está repleta de olores y aromas que me dan felicidad porque tienen que ver con
tiempo dicha y recuerdos que abrigan
El olor a madera, a bosques me manda
en un santiamén a mi infancia. A los platos de mi padre, de mi madre y las
sopitas de mi abuela porque cada átomo de esos deliciosos olores estaban llenos
de amor y dedicación
A las colonias de los que ame y amo porque remueven algunas emociones, todas
metidas en esos frasquitos de vidrio
Al olor de mis hijos cuando eran tan pequeños y ponía mi nariz cerca de sus
cuellos Hundirse ahí era lo más parecido al éxtasis.
A chimenea prendida en invierno. Era protección, calor y remanso. A césped
recién cortado de mis primaveras, al mar de mis veranos, a las hojas de esos
enormes castaños y sus cortezas que eran casitas inventadas para mis
muñecas y a nieve de esos largos inviernos porque aunque digan que
no huele la nieve sí que huele; huele a juegos compartidos, a risas y a
mejillas de niña, rosada y fría, huele a mi infancia.
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