Ni lápices ni vacunas

 


 

Aún no me han vacunado y a pesar de ello sé que cuando reciba el pinchazo sentiré una mezcla de gratitud y esperanza. También de incomodidad; la inequidad del mundo era un asco antes de la pandemia y ahora con el virus se hizo más evidente. Y uno sigue viviendo liviano como si los problemas los tuvieran los otros, incluso como si tuvieran la culpa. Siempre la culpa la tienen los otros.

Pienso en los países de este mundo desigual que aún no tienen vacunas, donde un hidroalcohol es un lujo y el distanciamiento social una utopía. Donde el agua es escasa y la curación ni se plantea. Y más pienso en ello y más me parece injusto este desigual reparto. Siempre pierden los mismos, los más pobres, los más frágiles y los indefensos

Son cifras, solo eso para algunos, pero en realidad son vidas. Cada una única y sagrada

Qué triste es ponerles nombre y apellido a los casos y a las muertes, pero tan necesario para comprender la magnitud de esta tragedia.

Los que pertenecemos al “lado bonito” tenemos ciertos privilegios y aun así no nos damos cuenta de lo inmensamente afortunados que somos. Tendemos a hacer la vista gorda y a quejarnos por todo y por nada  

Para honrar las oportunidades hay que ser humilde y respetuoso, pero por sobre todo agradecido. Esa vacuna que me pincharán, si Dios quiere, no es mérito mío, sino que es mero producto de mis circunstancias.

La salud es un derecho universal y ojalá que esta vacuna llegue hasta el último rincón del planeta.


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