La luz entre las tinieblas
Esta es la historia de una niña
que conoció la sinrazón de los hombres. Podría situarse en cualquier escenario
donde algunos seres humanos no conocen el Amor, donde los inocentes son los
primeros en sufrir el terror y el odio. Podría ser en cualquier rincón de este
mundo donde la vida no es ni valorada ni respetada. Donde no se respeta ni lo más sagrado,
donde los mínimos valores humanos parecen haber dejado de existir . Aunque
jamás tenemos que olvidar que la Luz siempre ganará las tinieblas
Es una triste historia con final
feliz…
Día tras día, la niña entraba, cogía
una silla y se ponía de puntilla para poder así besar sus pies. Entonces bajaba de la silla y al pie de la imagen de un Cristo medio destruido ,se arrodillaba,
cerraba los ojos y juntando sus frágiles y pequeñas manos, rezaba.
En el silencio de sus plegarias,
buscaba respuestas. Pedía por su familia, por su madre que sabía sola y desamparada,
por sus hermanos pequeños que como ella no entendían el motivo de tanto odio y
tanta muerte.
No era mucho lo que quedaba de
aquella hermosa iglesia. Algunas paredes aún estaban en pie y poco más, pero a
ella eso no le importaba porque aún estaba lo que ella más amaba. Cada día ella
pedía. Pedía para que ya no hubiera más sangre derramada, pedía para dejar de
conocer el miedo y el terror. Ella sabía que Él era bueno y que la iba a
entender porque Él conocía lo que era el sufrimiento, la persecución y sentirse
odiado. Sabía lo que era el dolor, ella lo podía ver en su cuerpo, en las
heridas de sus manos, de sus pies e incluso en la de su costado.
Tenía que haber sufrido mucho porque
los malos habían sido tan crueles como para ponerle una corona de espina y
clavarlo en una cruz. Pero su madre le había contado que Él era muy bueno y que
su amor era tan inmensamente grande que no existía nada en este mundo que
pudiera medirlo.
Cada día la misma escena se repetía,
una y otra vez, pero un día cuando ella tenía los ojos cerrados oyó su voz
“Ya no tengas miedo, pequeña, tu
no me ves, pero estoy aquí junto a ti.
Te abrazo aunque no me veas, confía en
mi
Soy tu aliento cuando te quedas
sin él.
Cojo tu mano para que no tengas
miedo
Si te derrumbas, yo te llevo.
Y aunque tú no lo veas, yo te sonrío
Mira dentro de ti, en tu corazón,
ahí estoy yo.
Ten fe, mi niña porque cuando
tienes miedo, yo te abrazo.
Confía en mi, pequeño ángel
Nadie te hará daño porque seré tu
refugio”
Entonces hubo el silencio y ya no
escucho su voz. Pero sintió el calor de una mano en su hombro. Abrió los ojos y
vio que nada había cambiado en aquel lugar. La imagen estaba en su sitio. Lo único
que ella sabía ahora es que jamás volvería a sentir miedo.
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